Por Oscar Castillo
Ph Adrián Muñoz
<< Ni
oficial armado, ni una valla de seguridad lograrán reprimir la
naturaleza de todos aquellos individuos que decidieron vivir el Punk
como su arteria principal. Para todos ellos, dedicamos el pasado
domingo. >>
Don Javier vendía, como cada domingo, la misma
cantidad de tortas. No era un domingo especial; lo único diferente a sus
fines de semana era la presencia de unos “rebeldes” con puntas
levantadas y chalecos parchados frente a su local. El transporte público
no se abarrotaba, el metro en la estación Villa de Cortés no sintió
peso alguno de aglomeración. Todo cursaba normal en la calzada de
Tlalpan. Frente a la Carpa Astros, tres unidades de Seguridad Pública
protegían la entrada, como si fuese a presentarse un convoy terrorista.
En cada esquina se encontraban cuatro policías y siete punks. A la
vuelta del foro, un grupo de rebeldes fueron tratados como delincuentes
al pasar de los peatones. Los conductores que avanzaban en sus autos
sobre la calzada, miraban con sorpresa a las chicas de cabellos
levantados y cabezas rapadas. Todo era novedad, descuido y ridiculez
aquella tarde fuera de la Carpa Astros. Las personas comunes y
consumistas no lo sabían. Los presentes ansiábamos comenzará el
desmadre. Un gran símbolo del punk neoyorquino llegaría a la Ciudad de
México: The Casualites.
En cuanto el oficial Rodriguez, parado
sin sentido con una casco granadero miró si reloj, eran las 17:00 horas y
la música estaba por arrancar. A//Toxico abrió la esencia de la rama
más añeja de la música callejera. Una tarde sin frio, sin lluvia, sin
temor. Casquillos viejos, crestas filosas, prendas dañadas y gestos que
imponen estaban ingresando, uno tras otro, preparados para gozar lo que
muchos no disfrutan. Excluded y posteriormente Acidez se explayaron
tocando sin pausas ni descuidos. Un slam sano y satisfecho.
La
guardia que establecieron elementos disfrazados de granaderos,
reforzaban la entrada del recinto evitando, arduamente, el ingreso
ilegal de todos los colegas esperanzados en entrar, para seguir
destruyendo por dentro. Varios fueron los intentos por pasar; botellas y
botellas volaban de adentro hacia afuera. Los elementos que resguardan
el orden y seguridad al interior corrían de una puerta a otra para
evitar que los “vagos” entraran sin autorización. Por dentro, la masa
apoyaba a los foráneos. De fondo, The Casualites comenzaba a hacerse
presente con el famoso coro del atormentador “Chaos sound”. “Para mi
México siempre estará en mi corazón”, anunció Jorge Herrera al saltar al
escenario. Rick, Jake, Meggers regalaron a todos nosotros el
entonamiento de canciones que marcan nuestra historia: “One city
streets”, “My blood. Mi life. Always Forward”.
No ha habido
guitarra que detenga la fuerza de Jake; atropellando con sus rasgues al
son de las botas pioneras y una cresta delineada, la banda encendió
fuego en el pavimento de la Carpa.
“Era 1990 cuando comenzamos en las
calles de Nueva York, ahí conocimos personas de todas partes de América
Latina. Trabajamos y por la noche bebíamos cervezas deseando fuéramos
todos punks” platicó Jorge antes de interpretar “Punk: Música del
pueblo”. Los temas, uno tras otro, elevaban el nivel del bailar.
“R.A.M.O.N.E.S”, “Punk rock love”, “Criminal class”.
“Aquel que
dice tocar ‘punk-rock’ ¡miente! Eso no existe”, declaró Herrera
incitando al desorden dentro de los espectadores; agitándolos de derecha
a izquierda, revotando el sonido y motivando a no detener el slam.
“¡Hagamos círculos como guerreros! Si alguno cae, lo levantamos como
familia que somos” decretaba Jorge.
Un momento de silencio
llegó. Como coro de una iglesia rebelde, los presentes entonaban la
canción más representativa de la banda: “We are all we have”. The
Casualites conmovió a los asistentes dando con ella, el cierre de su
presentación: “Gracias cabrones”, concluyó el vocal.
Fue así como
se cerró un domingo libremente gozoso, con un desaloje por la Salida de
Emergencia custodiado por elementos policiacos que espantaban a todo
cliente de las bellezas que laboran en cada esquina de la calzada. No
importaba la “opresión” que los policías suelen colocar ante aquellos
que no parecemos “normales”, todos los que atan sus botas de punk saben
que valía la pena soportar; nada nos detuvo, ni siquiera las estaciones
cercanas cerradas por la “mala imagen” que brindamos. No importa. Nunca
importa nada cuando la música de la calle te respalda.




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