Por Raúl Soriano
Pocas cosas han contribuido tanto a cimentar la desconfianza endémica de los estadounidenses hacia sus instituciones como el asesinato de John F. Kennedy. Ya son 53 años de su magnicidio en Dallas, y la mayoría de los estadounidenses sigue sin creerse la versión oficial de los hechos.
Desde entonces han visto la luz docenas de teorías conspirativas, algunas creíbles y otras disparatadas. Pero lo cierto es que nadie parece haber dado con una explicación lo suficientemente convincente para despejar todas las dudas. Por unos motivos u otros, casi todos los protagonistas de la historia pusieron su grano de arena para que, probablemente, toda la verdad del crimen más sonado del siglo XX no se sepa nunca.
Desde entonces han visto la luz docenas de teorías conspirativas, algunas creíbles y otras disparatadas. Pero lo cierto es que nadie parece haber dado con una explicación lo suficientemente convincente para despejar todas las dudas. Por unos motivos u otros, casi todos los protagonistas de la historia pusieron su grano de arena para que, probablemente, toda la verdad del crimen más sonado del siglo XX no se sepa nunca.
La versión oficial de lo ocurrido está en las 889 páginas del informe presentado por la Comisión Warren en septiembre de 1964. La investigación, encargada por Lyndon Johnson siete días después del asesinato de Kennedy, concluyó que fue Lee Harvey Oswald
quien mató al presidente e hirió al gobernador John Conally sin ayuda
ni órdenes de nadie. Pero, todavía hoy, esta versión tiene una minoría
de adeptos.
El asesinato de Kennedy sigue siendo un misterio y la búsqueda de una respuesta ha llevado a crear todo tipo de teorías.
Una
de las hipótesis más absurdas asegura que su propio conductor le
disparó. Otras, más plausibles, sostienen que hubo una conspiración. Las
teorías empezaron el día de su muerte y se agudizaron cuando el primer
reporte oficial del homicidio, la Comisión Warren, concluyó que el autor
material, Lee Harvey Oswald, asesinó al presidente sin la ayuda de
nadie.
Pero muchos rechazan ese veredicto. A
Oswald lo mataron dos días después del magnicidio y eso llevó a que
muchos sospecharan que el gobierno ocultaba algo. De ahí en adelante la
posibilidad de un complot encontró respaldo en los hallazgos de la HSCA,
un comité gubernamental creado en 1976 para investigar el asesinato.
Esa comisión determinó que lo más probable era que, además de Oswald,
otro hombre le hubiera disparado al presidente. El comité, sin embargo,
no identificó al segundo francotirador ni a quienes estuvieron detrás
del crimen.
El tema se calmó por un tiempo
hasta que la polémica cinta de Oliver Stone, JFK, resucitó el interés de
la gente en 1991. Gracias al éxito de la película, el año siguiente el
Congreso pasó una ley para hacer pública toda la información clasificada
del caso. A pesar de esto, hoy todavía no se ha llegado a un consenso
sobre quién mató al presidente y se siguen barajando las mismas
posibilidades: la CIA, el FBI, los soviéticos, los cubanos, los mafiosos
o una alianza entre algunos de estos.
De
todas formas hay quienes se mantienen optimistas, pues el gobierno aún
no ha revelado todos los documentos por razones de seguridad nacional.
Los archivos que faltan tendrán que salir a la luz por ley antes de
2017.
Era tan guapo que parecía más un actor que un político. Su sonrisa
constante cautivó a millones y su mirada, su altura, la gracia con que
se expresaba fueron motivo de fascinación. Cincuenta y tres años después de su
muerte, John Fitzgerald Kennedy vive en el imaginario colectivo como un
gran presidente.
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