jueves, 20 de julio de 2017

La fiebre del 'Rey Carmesí' explotó el Metropólitan

Por: Nancy Islas

Más de medio año transcurrió desde que la advertencia del regreso del Rey Carmesí a México fue divulgada. Hasta entonces, sólo rumores.

En octubre del 2016 la primera placa de la banda, In TheCourt Of TheCrimson King, uno de los álbumes más influyentes en la historia del rock progresivo, cumplió 48 años. Poco tiempo después, el miembro original y más antiguo de la banda, Robert Fripp, confirmaría los rumores: King Crimson estaría tocando en 2017 para el público mexicano, después de catorce años.
PH: Tonylevin.com

Originalmente se marcaron el 14 y 15 de julio del 2017 como fechas; y la sede fue minuciosamente elegida, como todos los detalles de sus particulares recitales, por la banda expresamente.

El Teatro Metropólitan, que tiene un aforo de alrededor de 3000 personas, agotó sus localidades tan sólo unas horas después de la apertura de su preventa. De la misma manera, pasó con la segunda fecha. Así,la banda ofreció una sorpresiva tercera fecha. La historia se repitió y el bien llamado rey, exigente y cauteloso, decidió ofrecer un par de fechas más, antes que moversede recinto y cambiar así el concepto del recital.

Cinco fechas con localidades agotadas. Así, después de años de espera, terminó el primer concierto de King Crimson en la ciudad, con decenas de reseñas llenas de ovaciones, las cuales pudimos entender hasta el momento en el que lo vivimos.

Dicen que las segundas fechas siempre son mejores y decidimos comprobarlo.
Con un setlist más que glorioso y un sonido al que la palabra impecable le queda corta, King Crimson dio una verdadera experiencia de rock progresivo y magia el 15 de julio del 2017.

Alrededor de las siete de la noche, las afueras del Teatro Metropólitan estaban abarrotadas de vendedores que, cada vez más originales, impregnan la imagen de la banda en cualquier cosa de uso común que se les pueda ocurrir: camisas, tequileros, bolsas, gorras, llaveros, acetatos, ropa para bebés (sí, yo también me sorprendí). Todo en alusión al rey carmesí.

Nada de lo que sucedió esa noche era para menos. La leyenda ha logrado atrapar a varias generaciones que se hicieron presentes en aquel mar heterogéneo de seguidores: desde personas mayores con playeras de algunos de los emblemas de King Crimson, algunos con la fortuna de portar la playera del show que dieron hace catorce años en nuestra ciudad; hasta adolescentes o jóvenes portando prendas de alguna otra banda de rock progresivo.

Se escuchaban entre las filas, además de los revendedores ofertando los últimos boletos, acentos de distintos estados del país y narraciones de cómo fue que consiguieron estar en esa fila, algo que tras unos años podrán recordar como un verdadero triunfo. 

Se sabía del aviso previo expedido por la propia banda sobre la prohibición absoluta del uso de cámaras y celulares para filmar o fotografiar el show. Aun así, una vez adentro y cerca de las 20 hrs con 10 minutos, se recordó esta advertencia al público, se apagaron las luces del teatro, se escucharon gritos del público en una casi completa oscuridad, y los impuntuales corrieron desesperados por encontrar sus lugares y no perder de vista ni un momento el escenario. Y esto último sería no sólo la mejor y más prudente decisión que pudieron tomar, sino que la línea enmarañada trazada por el show, así lo dictaría.

Pero hasta entonces no sabíamos mucho de lo que pasaría esa noche. Sí, teníamos conocimiento del setlist de la noche anterior, pero también se sabía vagamente que el monstruo carmesí solía variar sus shows brevemente, y esperábamos las sorpresas que, sabríamos después, serían muchas.

Detrás de un escenario sencillo, clásico y lejos de cualquier exuberancia visual, se encendieron luces azules en líneas rectas que acompañaron el telón. Por un costado aparecieron, como grandes revelaciones ante el público, los maestros Tony Levin, JakkoJakszyk, Bill Rieflin, Mel Collins y Robert Fripp; mientras que las miradas se las llevarían los bateristas Jeremy Stacey, Pat Mastelotto y Gavin Harrison al ocupar su lugar, ya que cada uno tendría su propia batería, por supuesto.

Evitando el salvaje impulso de gritar sin cesar que imponía el corazón, el público logró apaciguarse sólo para escuchar los primeros acordes de la noche a cargo de Neurótica, que haría honor a lo que estaba sucediendo. La majestuosa pieza sólo era el inicio de una noche inolvidable, y en el transcurso de la noche se pudo entender el porqué de cada una de esas ocho cabezas

Seguido de la atrapante guitarra de Fripp en The Construkction Of Light, sonaron Pictures Of a City y Radical ActionIII, la cual da nombre a la gira. Además, sin descanso alguno, no más que las palmas de los asistentes, llegó la aclamada pieza Red, como un viaje conciso.

Después, fue revelada la primera gran sorpresa de la noche. Ésta generó euforia colectiva e hizo que el Metropólitan estallara en gritos, agradecimientos, recuerdos y hasta lágrimas.
Inesperadamente, derribando cualquier pronóstico, como un parpadeo muy rápido se escuchó el estruendo que, seguido de una profunda melodía tenue, da inicio a Epitaph. Y con esa nostalgia que representa escuchar una de las obras más aclamadas del álbum debut de Crimson, el público coreó la canción al unísono con Jakko Jakszyk, algo que seguramente hubiera tocado el corazón del recientemente fallecido Greg Lake, su intérprete original.

Otras de las piezas más glorificadas fueron Cirkus, con su gran potencia hipnotizante y la tranquilidad de Islands, con la que terminó el bloque. Así, fue justo y necesario un intermedio que no duró más de 20 minutos.

Pensábamos que habíamos ya vivido mucho, pero el monstruo de ocho cabezas nos hizo saber con un gran golpe en el pecho, que éramos ingenuos
Me atrevo a decir que después del intermedio, el show desplegó mucha más energía, cada vez un poco más. La prueba inicial fue la versátil Larks’Tongues In Aspic I en la que las tres baterías desataron su furia y se entrelazaron con un espléndido virtuosismo.

Después, Tony Levin introdujo a toda la banda a una estampida de sonidos e improvisación con la impetuosa Indiscipline, la cual Jakko Jakszyk terminó con un radiante “¡Me gusta!”.

Por si fuera poco, le siguieron la canción que da nombre a su gran primera placa In TheCourt Of TheCrimson King, y la infaltable Level Five, que justo describió el nivel al que ya tenía elevadas las conciencias de los presentes.

Por momentos era imposible reconocer la lucidez del momento, si se estaba hipnotizado o en otro lugar, tal vez si nuestra condición era de otro tipo distinto al material. Todo era una montaña rusa de emociones, porque así es el progresivo.

Virtuosísmo desplegado en su máximo esplendor, músicos a los que podríamos escuchar cada uno por separado y tendría sentido, pero que además confluyen y forman una enorme red que le da cuerpo a tremendas piezas. Y eso fue lo que el público, como anonadado o emocionado, aplaudía canción tras canción, a veces antes de tiempo.

Algunos hasta se atrevieron a desafiar el acuerdo previo sobre las fotografías y aventaron uno que otro flashazo irreverente.Era de esperarse, pues es un show que seguramente no habían presenciado antes, ni lo volverán a hacer. Así se puede definir el show de Crimson, únicamente en el presente, como una vivencia irrepetible.

Tras una despedida que nadie creyó, King Crimson regresó para reafirmar su cualidad de rey con la solemne Starless. Pese a la confusión, fue esta canción (y no Red) la merecedora del único cambio visual en la escenografía durante el concierto, al colorearse el escenario progresivamente de rojo en alusión al disco del que es proveniente la pieza.

Con un foro ya enloquecido, el escenario dio un parpadeo y recobró rápidamente su color. Al mismo tiempo, emanaba de la guitarra de Robert Fripp las primeras notas de una canción que el mismo Fripp compuso y grabó originalmente en compañía de David Bowie, y que el público corearía como homenaje al fallecido Bowie, con todo el corazón: Heroes.

Una noche así no podría tener mejor final que una canción histórica, explosiva y vigente, que fluyó por las almas satisfechas de los asistentes, 21st Century Schizoid Man (y vaya que nos dejó “esquizoides”).

Sólo hasta el final fue que entendimos todo mientras despedíamos a la banda con aplausos y de pie: las cinco fechas con el afán de brindar un sonido íntimo; las exigencias sobre las fotografías, pues merecía el show la atención a cada uno de esos detalles; las tres baterías y la evidente e imponente concentración de los ocho personajes que hicieron esto posible.
Tratar de describir esa experiencia no haría justicia a lo que se vivió ahí aquella noche. Esas sensaciones quedan ahora únicamente como memorias, o quizá ni eso, sino como significados, los cuales, subjetiva y colectivamente, perdurarán intactos sólo hasta la siguiente visita del rey.


Ya en la salida, escuché la frase que más aterrizaba lo que acababa de presenciar y con lo que concluyo esta narración: “King Crimson vino a este país a dar una verdadera cátedra de rock progresivo”.

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