miércoles, 29 de junio de 2016

A 23 años de la partida del Cantante de los Cantantes




Por Erick Groove

El veintinueve de Junio de 1993, la comunidad latina se estremeció ante una de las pérdidas más grandes que ha sufrido la música tropical: Muere Héctor Juan Pérez Martínez, mejor conocido cómo Héctor Lavoe víctima de un paro cardíaco a la edad de 46 años. Falleció en el hospital Memorial de Queens en Nueva York, Estados Unidos.

Héctor es uno de los grandes íconos de la salsa a la talla de otros soneros legendarios cómo Willie Colón, Celia Cruz, Frankie Ruiz entre otros. 

Su vida es el claro ejemplo de “ascenso y caída”. Originario de Ponce, Puerto Rico su pasión desde pequeño por la música fue inminente, su padre quería que fuera un gran saxofonista, inclusive Héctor entró a una escuela de música y estaba aprendiendo a los clásicos pero la música popular le llamó la atención y desertó de la academia musical. A temprana edad sufrió la pérdida de su madre.
A la edad de 16 años, Héctor decide aventurarse a vivir el sueño americano pese a la negativa de su padre ya que uno de sus hermanos había muerto en Nueva York, pese al disgusto paterno, Lavoe partió.

Tuvo distintos trabajos pequeños, sin embargo su sueño siempre fue incursionar en la música, cuando tuvo sus primeros roces con la comunidad de músicos, muchos quedaron sorprendidos por su estilo de voz al cual muchos recuerdan cómo si ésta fuese de un jíbaro –gracias a esta característica vocal se ganó el mote de: “El jibarito de Ponce”-. Posteriormente comenzó a trabajar con Willie Colón y Fania Records con quien cocinó canciones y álbumes clásicos en el mundo de la salsa, en 1974 se separan para volverse solistas.

Cómo solista, Lavoe editó 11 discos bajo el sello de Fania Records dónde se desprenden los temas clásicos: “El Cantante”, “Periódico de ayer”, “Juanito Alimaña”, “Triste y vacía” entre otras salsas y boleros. 

Hay una canción contenida en el disco Reventó que se llama “La Fama” y ésta contiene una poética pero desgarradora visión de la vida como cantante de Héctor, con frases como: “Porque yo, soy la fama, soy aquel que la gente reclama pero nadie puede comprender/ Mi madre dijo: no creas ser un gran tenorio, pararás en un sanatorio y allí la fama tú has de perder”.



Los últimos días en los que Lavoe se aferraba la vida fueron bastante obscuros, el resultado de una vida de excesos y de tragedias personales lo llevaron a la muerte de una manera triste y decadente.

La fama, las drogas y el dinero lo llevaron a la perdición, esto sumado con sus tragedias personales cómo el incendio de su departamento en Queens, el asesinato de su suegra, la muerte accidental de su hijo, le diagnosticaron VIH y diabetes, un intento de suicidio fallido –saltó desde el quinto piso de un hotel en Puerto Rico-, un derrame cerebral poco a poco fueron desgastando al Cantante, quedando a la merced de personas que sólo lo explotaron para obtener dinero ya que en ocasiones le pagaban con drogas, imposibilitando su recuperación. 




Gracias a toda esta vorágine violenta, Héctor murió solo, casi en la ruina, aislado en su departamento donde algunos “amigos” y familiares lo visitaban regularmente.

La última presentación del Cantante fue en 1992 con la Fania en la “Meadowlans Arena" en New Jersey, en esta presentación podemos ver a la sombra de lo que alguna vez fue “El Rey de la Puntualidad”. Con la mitad del cuerpo paralizado, Héctor balbuceó “Mi gente”, simbolizando la pérdida de su propia vida en el escenario.

“El Cantante de los Cantantes” fue sepultado en el Bronx  en el cementerio Saint Raymond; y nueve años más tarde sus restos fueron llevados a Ponce, en Puerto Rico. Su legado y trascendencia han llegado hasta nuestros días, tiene una estatua en su ciudad natal y otro en Puerto Callao en Perú. Su vida fue llevada al teatro en la obra ¿Quién mató a Héctor Lavoe? Y también al cine con Lavoe: la historia no contada y El Cantante.



A pesar de las distintas visiones que hemos tenido gracias a estas representaciones de quien fue Héctor Lavoe, probablemente nunca podamos comprender la complejidad y la plenitud de su carrera de ascenso y caída.

Así que como diría aquella canción que formaba parte de su repertorio: “Todo tiene su final, nada dura para siempre… tenemos que recordar, que no existe eternidad…”

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