sábado, 11 de junio de 2016

Hitler convierte los Juegos Olímipicos en la más grande batalla propagandística





Por: Oscar Pérez

En 1931, el Comité Olímpico Internacional escogió a Berlín como sede de las Olimpíadas de Verano de 1936. Esto significó el regreso de Alemania a la comunidad internacional tras su aislamiento después de la derrota de la Primera Guerra Mundial. 

Dos años después, Adolf Hitler, líder del partido nazi, asumió el cargo de canciller de Alemania y rápidamente transformó la frágil democracia del país en una dictadura unipartidista que persiguió a judíos, y a todos los oponentes políticos. 



La pretensión nazi de controlar todos los aspectos de la vida alemana también abarcó los deportes. Las imágenes del deporte alemán de la década de 1930 sirvieron para promover el mito de la superioridad y el poderío físico de la raza “aria”. En esculturas y otras formas de expresión, los artistas alemanes idealizaron el tono muscular firme y la fortaleza heroica de los atletas, además de acentuar las facciones arias. Dichas imágenes también reflejaban la importancia que el régimen nazi le daba a la aptitud física, un requisito esencial para el servicio militar. 

En agosto de 1936, el régimen nazi intentó camuflar sus violentas políticas racistas mientras auspiciaba las Olimpíadas de Verano. Se retiraron temporalmente la mayoría de los letreros antisemitas y los periódicos moderaron su dura retórica. De esta manera, el régimen aprovechó los Juegos Olímpicos para presentar a los espectadores y periodistas extranjeros una falsa imagen de una Alemania pacífica y tolerante. 



Alemania promovía hábilmente las Olimpíadas mediante coloridos pósteres y anuncios a doble página. Las imágenes de los atletas relacionaban a la Alemania nazi con la antigua Grecia. Dichas representaciones simbolizaban el mito racial nazi que sostenía que la civilización germana era la legítima heredera de una cultura "aria" de la antigüedad clásica. 

Los nazis realizaron preparativos elaborados para las Olimpíadas de Verano del 1 al 16 de agosto. Se construyó un enorme complejo deportivo y banderas olímpicas y esvásticas adornaban los monumentos y las casas de una festiva y concurrida Berlín. La mayoría de los turistas ignoraba que el régimen nazi había retirado temporalmente los letreros antisemitas, ni sabían de una redada policial de romaníes en Berlín ordenada por el Ministro del Interior alemán. El 16 de julio de 1936, unos 800 romaníes que vivían en Berlín y sus alrededores fueron arrestados y recluidos bajo guardia policial en un campo especial en el
suburbio berlinés de Marzahn. 
Las autoridades nazis también ordenaron que los visitantes extranjeros no debieran estar sujetos a las penas judiciales de las leyes alemanas contra la homosexualidad. 

Las Olimpíadas de 1936 fueron las primeras en realizar el recorrido de la antorcha. Cada uno de los 3.422 corredores encargados de portar la antorcha corrió un kilómetro (0,6 millas) a lo largo del recorrido de relevos desde la sede de las antiguas Olimpíadas en Olimpia, Grecia, hasta Berlín. El ex-atleta olímpico alemán Carl Diem modeló el relevo de acuerdo con el que se había corrido en Atenas en 80 A.C. Se adecuaba perfectamente a los propagandistas nazis, que usaban desfiles y marchas con antorchas encendidas para atraer a los alemanes, especialmente a los jóvenes, al movimiento nazi. La antorcha fue realizada en 1936 por Krupp, una compañía alemana reconocida por su producción de acero y armamentos. 

El 1 de agosto de 1936, Hitler inauguró las 11° edición de las Olimpíadas. Las fanfarrias dirigidas por el famoso compositor Richard Strauss anunciaron la llegada del dictador a la multitud en su gran mayoría alemana. Cientos de atletas en uniformes de gala de debut marcharon hacia el estadio, equipo por equipo, en orden alfabético. Dando inicio a un nuevo ritual olímpico, un corredor solitario llegó portando una antorcha que, de relevo en relevo, inició su recorrido en la sede de las antiguas Olimpíadas de Olimpia, en Grecia. 



La hospitalidad y capacidad organizativa alemanas se llevaron todos los elogios de los visitantes. La mayoría de las fuentes de información se hicieron eco de un artículo publicado por el New York Times que señalaba que las Olimpíadas habían devuelto a Alemania a "la comunidad mundial" y le habían restituido su "humanidad". Otros tenían la esperanza de que este pacífico intervalo perdurara. Sólo unos pocos periodistas, entre ellos William Shirer, pensaban que el brillo alemán era una mera fachada que ocultaba un régimen racista y opresivamente violento. 

Dos días después de finalizadas las Olimpíadas, se reanudó la persecución de los judíos.




Alemania invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939. A tan sólo tres años de las Olimpíadas, el "hospitalario" y "pacífico" anfitrión de los Juegos Olímpicos desató la Segunda Guerra Mundial, un conflicto que causó una destrucción incalculable.

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